Nos hemos acostumbrado a recibir consejos emocionales entre un vídeo de recetas y otro de gatos. Lo que antes ocurría en la intimidad de una consulta ahora aparece incrustado en el scroll diario: en reels, podcasts y posts que prometen aliviar, explicar, reconfortar o, al menos, entretener. La psicología se ha vuelto viral y, con ella, ha cambiado algo más profundo que el formato: ha cambiado quién define qué es cuidar.
Conviene decirlo desde el principio: la popularización de la psicología no es el problema. El problema es cómo se está popularizando.
Del despacho al algoritmo
Durante décadas, el espacio terapéutico fue un lugar de tiempo lento, silencioso y sin interrupciones. Hoy es una pantalla que pide inmediatez, claridad absoluta y un ritmo de publicación constante. No es casual: vivimos en una sociedad en red en la que las relaciones sociales, laborales y afectivas pasan por plataformas que compiten por capturar atención.
La psicología, como cualquier profesión, se ha adaptado. Ha extendido su alcance, ha abierto canales, ha derribado barreras geográficas y ha democratizado recursos. Pero lo ha hecho dentro de un ecosistema que no está diseñado para cuidar, sino para medir, ordenar y comparar.
Y esa diferencia importa.
El terapeuta como creador de contenido
El psicólogo que entra en redes sabe que no basta con saber de psicología. Tiene que saber de edición, diseño, posicionamiento, storytelling, métricas, identidad visual y marca personal. En otras palabras, tiene que comportarse como un creador de contenido más.
Esa exigencia modifica su trabajo. La escucha cede espacio al formato. El matiz se convierte en titular. La complejidad emocional se reduce a consejos consistentes en menos de un minuto. Y el vínculo terapéutico —esa relación que requiere tiempo, presencia y silencio— queda desplazado por un sistema que premia lo rápido, lo replicable y lo viral.
Lo más preocupante no es que el psicólogo se vea obligado a producir contenido.
Lo preocupante es que empiece a pensar como un productor de contenido.
¿Puede el cuidado emocional sobrevivir al ritmo del contenido?
El Leviatán algorítmico: cuando el algoritmo define qué es “cuidar”
Las plataformas no distinguen entre una receta y un duelo, entre un truco para organizar la casa y una crisis de ansiedad. Todo se trata igual: como un dato que se evalúa según su rendimiento.
Likes, retenciones, reproducciones, comentarios.
Si un vídeo no funciona, desaparece.
Si funciona, se multiplica.
Si no se multiplica, no existe.
La psicología viral, por útil que pueda ser, vive atrapada en esta lógica: cuidar es valioso, siempre que genere datos. Los algoritmos empujan hacia lo que entretiene, no hacia lo que sostiene; hacia lo que tranquiliza rápido, no hacia lo que transforma despacio.
El resultado es una paradoja:
divulgamos cada vez más sobre salud mental en un entorno que dificulta las condiciones básicas del cuidado.
La ilusión de cercanía
Uno de los grandes malentendidos de la psicología en redes es la sensación de intimidad. Escuchamos a un profesional hablar desde su casa, vemos su tono, su luz, sus gestos, y creemos que está hablando directamente con nosotros. Pero no lo hace. Habla con un público imaginado al que no conoce y cuyas historias no escucha.
Esa proximidad es eficaz para captar atención, pero frágil para sostenerla. No reemplaza el vínculo, solo lo simula. No acompaña, solo ofrece un efecto de compañía.
La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué pierde la psicología cuando el vínculo terapéutico —que es la mitad del tratamiento— se sustituye por una relación de audiencia?
Tecnología, sí. Pero también crítica
No se trata de demonizar las plataformas. Ni de pedir que la psicología vuelva al aislamiento profesional. La tecnología puede ampliar accesos, derribar estigmas y ofrecer recursos a quienes nunca acudirían a consulta. Puede ser útil, necesaria y transformadora.
Pero conviene no perder de vista algo esencial: las plataformas no son un espacio público neutral, sino empresas privadas que organizan nuestra atención según criterios económicos. Y esa lógica no siempre coincide con la lógica del cuidado.
En un sistema que favorece la eficiencia frente al tiempo, la visibilidad frente a la profundidad y la emoción inmediata frente a la elaboración lenta, la salud mental corre el riesgo de convertirse en un producto emocional más: empaquetado, viralizable, disponible a demanda.
A la psicología digital le espera un reto complejo: aprovechar lo que las plataformas ofrecen sin convertirse en lo que las plataformas exigen. Resistir la presión por producir contenido constante. Defender la ambigüedad cuando todo pide claridad. Mantener el silencio cuando todo pide ruido.
La salud mental no se construye con frases perfectas, sino con procesos imperfectos. Necesita tiempo, no solo atención. Necesita vínculo, no solo visibilidad. Necesita escucha, no solo impacto.
Quizá el objetivo no sea abandonar la red, sino habitarla sin entregar al algoritmo aquello que la psicología protege mejor que nadie: la singularidad humana.
En un mundo que insiste en reducirnos a datos, la resistencia empieza por recordar algo simple: ninguna métrica sabe quién somos.
REFERENCIAS
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